lunes, 6 de octubre de 2025

El escritor desde la trinchera

     Allá afuera está la guerra.

    Desafortunadamente, también adentro, en lo hondo del alma.

    Son dos frentes que arrinconan a aquella identidad que creo tener.

    Ante el embate incesante del exigente ritmo de la vida, busco refugio en mi propio espacio personal.

    Puede ser una biblioteca; puede ser una cafetería.

    O simplemente, una silla y una mesa. Quizá un sillón iluminado por una fiel lámpara que no huye del combate, sino libra la batalla a pie firme.

    Allí, en la penumbra, en esa barricada improvisada, me aíslo de un mundo caótico, donde la gente corre, grita, se pierde en patrones de consumo y luego olvida quién es.

    Y no es sólo el mundo material que esclaviza y nos lleva al frente de batalla de los desafíos modernos, de compromisos que a veces adquirimos bajo el mando de generales invisibles, o en otras ocasiones, de forma automatizada, inconsciente, diría yo.

    También están las pequeñas batallas interiores. Metas que nos hemos propuesto cumplir, y ante las cuales sucumbimos tras un esfuerzo excesivo; esfuerzo al que no estamos acostumbrados, esfuerzo que nos incomoda más que quedarnos donde estamos.

    Y se suman, como balas que silban por mis sienes, los retos de darle sentido a nuestro vivir. A veces ya ni sabemos por qué luchamos, por qué emprendimos esta guerra. Vivimos disociados por dentro. Y eso nos desarma frente al enemigo. 

     Como escritora busco casi instintivamente tomar como arma contra la batalla una pluma.

    Y levantamos una hoja en blanco como escudo, una pequeña barricada de palabras que nos protejan incluso de nosotros mismos. 

     Es una lucha diaria, sin tregua.

    A veces caigo herida, pero no derrotada.

    De nada sirve cerrar los ojos; también por dentro se libra una guerra.

    Pero me levanto una vez más.  

     Y escribo. No para vencer, sino para decirme a mí misma que no he llegado al final.

    Cada palabra, cada frase, cada pensamiento vertido en papel, es como un disparo silencioso; un misil que busca acallar los ecos de un tormentoso pasado y debilitar los espectros de la indiferencia, de la insensibilidad, de los tanques de la incomprensión y la soledad. 

    Pese a ser una lucha interna, una lucha a la que nadie presta atención, sigo apuntando, sigo disparando, para saber que, a pesar del caos, sigo viva, resistiendo bajo las órdenes de una heroica combatiente, mi propia voz, mi propia identidad.

    No sé si resistiré la batalla hasta el final, pero escribir desde mi trinchera me sigue dando un aliento de vida. 

    Cuando, al asomarme de mi trinchera y veo un mundo envuelto en llamas, con fortalezas que se desmoronan, sólo mis libros se vuelven refugios; una hoja de papel mi búnker invisible.

    Allí derramo, no la sangre que corre por mis venas, sino la que corre por mi alma y se transforma en la tinta que deja una huella imborrable, una memoria de que, valerosa, aquí combatí y no me rendí.

    En este papel trazo el mapa de mi vida; un mapa para no perderme en un mundo donde apenas queda espacio para respirar. 

    Desde aquí, aunque vea mi entorno arder, no huyo; sino enderezo mi libro, afilo mi pluma, enfoco la mira, y escribo. 

    Desde aquí no hay likes, no hay aplausos, no hay pantallas, no hay historias qué compartir, no hay más que trazas de esperanza, la esperanza de que todo esto termine pronto, que esta guerra sea vencida por la voz del alma en libertad.

    Escribo simplemente para no capitular.

    Así, cada palabra tiene el agradable sabor de la victoria,
una conquista ganada contra nada más que yo misma.

    Y aquí, desde mi trinchera, escribo.

    Porque, para mí, escribir en estos tiempos, es un acto de fe.

    

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