jueves, 25 de septiembre de 2025

Aliados invisibles. Entre el bosque y el cielo

    Una mezcla de nerviosismo y entusiasmo invadían mi pensamiento. Con un pantalón cómodo, mis zapatos todo terreno, y una mochila preparada con mi kit de supervivencia, eran mis compañeros en aquella aventura de senderismo. Me había desplazado varios kilómetros de la ciudad en la que vivo y había llegado un bosque que me atraía por su gran belleza natural.

    Apenas descendí del auto, un aroma a hierbas frescas saturó de agradables olores mi nariz. Ante mí se extendían llanuras cubiertas de majestuosos pinos. Iba sola, pero decida a afrontar el reto de recorrer aquel paraje que me prometía una experiencia inolvidable.

    Entre riachuelos, arbustos, y cantos de pájaros que hacían coro con el susurro del aire al atravesar las tupidas ramas de los árboles, me adentraba por el bosque. Buscaba un claro en el bosque que tuviera una vista encantadora para detenerme a comer algo de fruta que llevaba de refrigerio en mi mochila. De vez en cuando me detenía para admirar el paisaje que se dibujaba artísticamente frente a mí, mientras me deleitaba de un sorbo de agua bien resguardada en mi botella.

    En mis veintes, mis piernas eran lo bastante fuertes para soportar recorridos largos sin queja alguna. Cada colina, cada brecha difícil, cada pendiente escarpada, las ascendía con seguridad, colocando con precisión mis pies en el suelo para mantener el equilibrio perfecto.

    Luego de algunas horas, pude distinguir una ladera que ascendía casi en vertical al pie de un río de aguas cristalinas. Y me pregunté sobre cómo sería la vista desde la cima de aquel lugar. No lo pensé mucho, y hacia allá me dirigí. Tenía en mente disfrutar de mi almuerzo una vez llegara allá arriba y así también deleitarme del paisaje ofrecido desde lo alto.

    Mis zapatos, aunque algo mojados luego de caminar por la orilla del río, parecían adaptarse bien al terreno y evitaban cualquier desliz. Ascendía por aquella pronunciada pendiente sujetándome con las manos de rocas y arbustos que sobresalían del terreno, mientras daba cada paso apoyando firmemente cada pie. Cada vez ascendía con más lentitud como consecuencia del esfuerzo y la fatiga acumulada.

    Lo que consideraba un desafío minúsculo, se transformaba a cada paso en reto con mayor grado de dificultad. En algún momento desistí de continuar. Pero había llegado a tal altura que parecía más pertinente continuar que bajar hasta el fondo de la colina. Respiré hondo, y seguí fijando mi objetivo en la cima. No iba a rendir.

    Parecía que lo había logrado, que había llegado a lo más alto, que sólo era cuestión de impulsarme con fuerza para llegar a la cima. Mis manos se sujetaron con fuerza de un matorral que estaba por encima de mi cabeza. Me iba a impulsar apoyando una de mis piernas en una roca, pero, súbitamente, ésta cedió y se precipitó con rapidez al fondo del barranco. Había perdido mi punto de apoyo, había perdido el equilibrio y quedé suspendida en lo alto de la ladera asiendo con mis manos fuertemente aquel arbusto. 

    La angustia se hizo presente de inmediato, la adrenalina irrumpió con fuerza por todo mi sistema sanguíneo, y mi mente se nubló de terror por algunos instantes. Sentía salirse el corazón de mi pecho, y al mirar hacia abajo el vértigo se aliaba a todos los enemigos que se habían dado cita en aquella situación. Grité. Grité pidiendo ayuda, pero mi voz parecía desvanecerse en aquel océano de calma verde y desolada. Pensé que pronto me enfrenaría a un trágico desenlace para mi vida. Por un breve momento pedí ayuda a Dios, a quien no lo tenía como una figura distante y a quien yo le era indiferente. Mientras tanto, luchaba inútilmente por poner mis pies en un punto firme. 

    El cansancio de la lucha me iba dejando sin fuerzas en las manos. Poco a poco resbalaban de aquel arbusto. Una lágrima salió de mis ojos.El bosque parecía contener el aliento junto conmigo. Y pensé que aquel era mi último instante sobre la Tierra. Entonces, de improviso, una sombra se movió entre los árboles. Una mano, cálida y firme, atrapó mi antebrazo. Y escuché a una voz decirme:

    ¡Sujétate! ¡No me sueltes!

    En aquel momento recobré las fuerzas.

    - Apoya tus pies para que te impulses mientras yo sigo tirando -, agregó.  

    Gracias a su fortaleza que me sostuvo en aquellos instantes, mis pies encontraron tracción en el terreno, y, casi sin saber cómo, ascendí exhausta a la cima. Y caí al suelo apenas me sentí segura.

    - ¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! Has salvado mi vida -, le comenté.

    Aquella figura era la de un hombre maduro, alto, de piel muy clara, facciones finas, cabello café oscuro algo ensortijado, y una mirada que parecía estar encendida por miles de hogueras por dentro. Vestía como un explorador típico, con botas de senderismo, pantalones cortos, y una chamarra propia para climas fríos. Había sentido la textura de sus manos que eran extremadamente suaves, pero cálidas y fuertes.

   - No tienes qué agradecer. Son situaciones que vivimos de vez en cuando quienes nos dedicamos al senderismo. Tuviste suerte que anduviera cerca y atendiera volando tus gritos de auxilio - me replicó.

    - Seré mas cuidadosa la próxima vez y no ser tan temeraria - añadí, mientras me incorporaba.

    Me preguntó si quería agua o algo de comer, a lo que añadí que traía mi kit de supervivencia, mi fruta, mi agua, y alguno que otro trozo de carne para asarlo en algún lugar del bosque.

    Al oír esto último, de alejó un poco, recolectó unas ramas, las amontonó sobre unas piedras, y encendió una fogata.

    - Con este susto, me ha dado más hambre de la que ya sentía antes de iniciar mi ascenso por la ladera -, comenté.

    Sí, es natural. Aunque lo importe es que ya estás a salvo y puedes sentirte aliviada luego de tan desagradable incidente -, me dio aquel hombre desconocido.

    - ¿Gustas? -, le pregunté mientras le ofrecí unas uvas y unas manzanas. También le ofrecí algunas nueces y unas galletas de chispas de chocolate, pero me replicó con una voz timbrada y modulada que ya me parecía llevarme a otros confines sólo de escucharla.

    - ¡Gracias! -, me contestó -. Tengo mi mochila no lejos de aquí. Iré por ella, y regresaré a hacerte compañía, pues no quisiera te volviera a pasar nada malo - esto último me lo dijo en tono de broma con una sonrisa casi angelical.

    Lo vi alejarse colina abajo, adentrándose en la espesura del bosque. Asé mi carne, que después comí mientras avivaba con hojarasca y ramas secas la fogata para que, cuando regresara, pudiera asar su comida, en caso de requerir asar algo. 

    Pasaron unos minutos, que poco a poco se fueron convirtiendo en horas. No sabía cómo gritarle para llamarle, pues ni siquiera tuve la oportunidad de preguntarle su nombre. Algo en mi interior me dijo que ya lo volvería a ver, y decidí regresar, aunque tenía la extraña sensación de que detrás de algún árbol, oculto entre las sombras de los arbustos, allí estaba él acompañando mi regreso.

    Temiendo le hubiera pasado algo allí en el bosque, y no queriendo ser ingrata y corresponder su ayuda, pasé a la cabaña del guardabosques que, por suerte, lo encontraba allí ya al caer la tarde. Le pregunté si había visto a este hombre que andaba también haciendo senderismo. Lo describí como pude, diciéndole lo que había pasado, y que no sabía su nombre. Extrañado me dijo que no; que aquel lugar era escasamente visitado por cualquier visitante, quedándose a las orillas, ya que el terreno era abruptamente traicionero en algunos lugares, y las personas evitaban frecuentarlo.

    Me dijo que organizaría una búsqueda al día siguiente, pues ya la noche se acercaba y sería difícil iniciar una búsqueda bajo esas condiciones. Le dejé mi teléfono al guardabosques, y le pedí me informara si daba con su paradero. Regresé a casa alegre de estar con vida, pero con cierta preocupación por aquel misterioso personaje que podría seguir perdido en el inmenso bosque.

     Pasaron los días sin saber nada de él. Había recibido la llamada del guardabosques quien me dijo que había explorado con detenimiento cada rincón más probable donde pudiera estar, pero sus sabuesos no encontraron más que cadáveres de ciervos en medio de los matorrales. En los ríos tampoco rastro alguno. También pregunté por él en mi círculo de aficionados a la exploración, pero nadie sabía quién podría ser.

    Regresé un par de ocasiones al lugar, a aquella colina, pero ya siguiendo un sendero más seguro. Esperaba encontrarlo por casualidad, pero no tuve éxito.

     Algunos meses después de aquel incidente, paseaba por el centro de la ciudad. De pronto, me sentí atraída por una tienda en particular. Era una tienda de artículos religiosos y en allí, perdido entre varios objetos del escaparate, había un libro bellamente ilustrado que en la portada aparecía la figura de un ángel. Era un libro infantil cuyo título, que no recuerdo ahora, transmitía la idea de cómo nuestro ángel de la guarda cuida de nosotros. Por supuesto, lo que me llamó la atención no fue el título de libro (el cual, como comento, olvidé), sino la figura del ángel de la portada. Era un ángel que coincidía casi con una precisión de un pintor como Miguel Ángel, con aquella figura que salvó mi vida en el bosque.

    Aquello me golpeó por dentro, me conmovió, y sentí rodar una lágrima, mientras una pluma blanca descendía lentamente hasta el suelo. Poco a poco salí de mi asombro, y regresé a casa elucubrando mil teorías descabelladas que dieran explicación al hilo de todos esos acontecimientos. ¿Había sido rescatada por un ángel, el ángel de mi guarda? O, simplemente, ¿sería una extraña coincidencia? No sé qué pensar. Pero dentro de mi alma queda un agradecimiento y una satisfacción que trasciende toda palabra.

 

    

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