martes, 23 de septiembre de 2025

El rincón secreto donde habita la creatividad

- ¿Nunca te apartarás de mí, verdad? Si te apartas de mi lado, no sabré dónde encontrarte.

    Le pregunté en tono sollozante. Aquella figura me había acompañado desde pequeña, desde que tenía uso de conciencia. Recurría a ella especialmente cuando me sentía agobiada del mundo a mi alrededor. Me abrazó cálidamente; yo lo rodé con mi brazos; su figura era como la de un ángel, desplegando una alas luminosas que hacían resplandecer toda mi habitación. Y me dijo con voz suave y firme:

- Ven; no quiero que estés triste. No quiero ser un misterio para ti, mi pequeña.

    Lo seguí hasta el patio, y allí sus dos alas ahora se plegaban al cuerpo de una hermosa y enorme águila. Subí en su espalda, me sujeté con fuerza, y remontó el vuelo. Desde aquel cielo pude ver el Sol dándole el último baño de luz a hemisferio que abarcaba mi vista. La brisa era jugaba con mi cabello. Sobrevolamos un extenso bosque, y llegamos hasta una cascada que hablaba con voz grave al chocar el agua en el fondo del barranco. Allí me dijo aquella majestuosa águila: 

- Observa el agua. Mira cómo ella es un ser noble y creador. Le da vida a las plantas, en las tormentas, se viste de gotas que caen y baña las cosechas; crea ríos, cascadas, océanos. Está en su naturaleza ser moldeadora del planeta. Además, sabe transformarse en inmensos bloque de hielo que cubren los casquetes polares; se transforma en liquido, y también en vapor. ¿Ves cómo puede tener una existencia multifacética? Tiene una gran fuerza creadora.

- El Sol -añadió-, que ahora nos ofrece sus últimos rayos también tiene el potencial de crear, dar vida a las plantas, a los árboles, a los animales terrestres y acuáticos. No sólo es luz, también es una fuente de energía que da calor al planeta, energía que viaja hasta los confines más remotos del universo.

- Sí, y lo acompaña alegremente en el cielo la Luna -contesté.

- Puedes ver cómo las plantas crecen también en variadas formas y en diversos tamaños, con bellas flores algunos, y caprichosas disposiciones de sus ramas otros. El mundo pequeño, el microcosmos, así como el mundo a gran magnitud, al que llamamos macrocosmos, juegan a crear mundos increíbles esperando a ser descubierto y nos maravillemos de ellos.

- Me quedaría a contemplar aquí el mundo por largo tiempo -le dije al águila fascinada con sus palabras.

- Pero, ¿y tú de dónde vienes? -le pregunté con curiosidad.

    Sus grandes ojos se dirigieron a mí en aquella tarde que con un manto de oscuridad empezaba a cubrir todo a su paso. Me invitó a subir de nuevo en ella, y volamos.

    Emprendió el vuelo con gran velocidad, surcando casi en vertical el cielo negruzco. Miré hacia abajo, y sentí vértigo, así que cerré los ojos, y dejé que llevara a parajes inimaginados. Me sujeté fuerte, y me dejaba llevar por el ritmo del batir de sus alas.

    Al cabo de un rato, cuando abrí los ojos, pude ver una luz muy intensa que se extendía por el cielo. No había un lugar al qué llamar tierra firme; sólo veía figuras luminosas a la distancia. Algunas de ellas flotaban por el aquel espacio bañado en luz; unas estaban en grupos, y otras se alejaban de forma individual, como volando sin esfuerzo. Pude distinguir figuras humanas; otras eran como seres alados, pero tenían cuerpos variados, con partes de águila, de león, de caballo. Algunos traían cetros brillantes; otros, algo parecido a lanzas, o flechas. 

    Aquel elenco de seres casi mitológicos, me dejaban maravillada. Pero sentí un extraño sentimiento, mezclado de añoranza, y la vez de deseo de libertad. Es como si me sintiera pertenecer a un ese fantástico mundo, pero mi espíritu me pidiera expandirse a otras latitudes, explorar otros universos. Conforme nos acercábamos, mi ansia de libertad se sobrepuso y le grité a mi emplumado amigo:

- ¡No quiero ir allí! ¡Alejémonos, por favor!

- ¡Claro sí! No temas. 

    Obediente, mi nave voladora dio un giro brusco, y volamos en sentido opuesto. Fuimos avanzando, y vi como una estela de polvo luminoso plateado íbamos dejando detrás nuestro. La luz que iluminaba el cielo de aquel espacio hermoso, cada vez quedaba más atrás. La oscuridad iba aumentando gradualmente. 

    Mi amigo emplumado, lo distinguía cada vez menos en aquella noche negra. Sentí que sus aterciopeladas plumas se convertían en escamas firmes y fuertes. Sus alas cafés y blancas, se tornaban oscuras y las plumas dejaron lugar a lo que parecían velas de una barco asidas a un mástil, pero estas otras era de piel translúcida. El pico, los ojos, la cabeza, ya no eran la de un águila dominante, sino ahora eran tenían los rasgos de un dragón. Ahora viajaba en un imponente dragón.

    Llegamos un lugar donde había infinidad de volcanes. Algunos arrojando lava furiosamente, otros con tranquilidad elevaban grandes fumarolas por sus cráteres. Mientras contemplaba este espectáculo, mi compañero, si podía llamarlo todavía así, pues me invadía un terror ante tal espectáculo, se precipitó a gran velocidad hacia un cráter volcánico con lava al rojo vivo en su interior. Yo gritaba asustada, pero mi escamoso guía me dijo:

- ¡Sujétate! 

     Y, cubriéndome con sus alas, se zambulló en ese mar ardiente. Yo no dejaba de gritar, aunque me sabía protegida por sus alas. Durante un tiempo que se me hizo eterno, atravesamos la lava del interior del volcán, y, finalmente, llegamos a un lugar cavernoso. Desde aquel lugar, iluminado por los ríos de lava que alimentaban aquel cráter, podía contemplar el interior. Bajé del dragón. Y me sentí más tranquila. El polvo plateado ahora se confundía con las brazas encendidas que desprendían los ríos volcánicos. Pude notar como un hilo plateado que nos había marcado el camino y que nos llevaría de regreso sin perdernos.

- Tu deseo de saber de dónde vengo te ha llevado a que descubrieras todos estos lugares -me dijo el dragón, quiero decir, mi amigo, mientras arrojaba bocanadas de fuego por su hocico.

- No debí preguntar -le repliqué en tono de broma con una sonrisa nerviosa. 

    Se dio la vuelta, y se sumergió en la lava.

    - ¡No me dejes aquí! -le grité aterrada, pero el rugir del volcán ahogaron mis palabras.

    El calor era insoportable, y pude ver un pequeño túnel que se dibujaba en medio de la oscuridad. Hacia él me dirigí, y avancé, dando cada paso con gran temor, temiendo perder el equilibrio y caer al río ardiente. Más adelante vi lo que parecían unas extrañas creaturas, de tamaño enorme, de color negro, y con enormes e innumerables ojos en cabeza. Se movían coordinando armoniosamente una gran cantidad de extremidades que eran como sus patas. Quise retroceder antes de que advirtieran mi presencia, pero, fue tarde. Con alguno de sus ojos percibieron mi presencia.

    Inmediatamente di vuelta para correr, pero justo a mis espaldas estaba uno de esos repulsivos monstruos, y me llené de terror, no sabiendo qué hacer. Este otro ser abrió lo que podría denominar como boca, vi sus enormes colmillos, pero, escuché salir de ella una voz que me dijo:

    - ¡Sube!

    ¡Qué alivio! Era mi amigo, ahora convertido en una tarántula gigante. Aunque su pelambre era resbaladizo, con su ayuda pude colocarme sobre su dorso. Y recorrimos aquel túnel. Saludamos a sus congéneres, y nos perdimos, dejando una estela de polvo plateado brillante.

    Conforme avanzábamos, la oscuridad se hacía más y más profunda. Llegamos a una parte del túnel que se estrechaba, tanto en altura como a lo ancho, y sólo yo podía pasar. Mi compañero me ayudó a bajar y me dijo:

    - Tendrás que continuar tú sola.

    - Pero, ¿no vendrás conmigo? ¿Qué hay al final de este pasadizo?

    Dando saltos increíbles, se alejó. Y me quedé sola nuevamente.Avancé, casi a ciegas, si no fuera por los destellos del polvillo que me iluminaban tenuemente el negruzco túnel.

    El túnel se estrechó tanto, que tuve que avanzar arrastrándome. Así estuve durante mucho tiempo, hasta que quedé exhausta. Me empecé a llenar de angustia y desesperación. Gritaba pidiendo ayuda, pero nadie me escuchaba. Lloré y pensé que este sería el final de todo. Me puse boca arriba, y con mi brazos y piernas golpeaba ansiosamente el interior del estrecho túnel. Un último puñetazo, el que llevaba la última carga de fuerza que me quedaba, golpeó la parte lateral, y abrió un pequeño hueco del que de inmediato dejó filtrarse una luz radiante.

    Con entusiasmo, recobré fuerzas, e hice más grande aquella cavidad, y pude salir. Estaba llena de tierra, la cara con trazos de lodo, testigos de mis lágrimas mezcladas con el polvo, y pude contemplar un paisaje increíble. Había un gran lago, de azul cristalino que reflejaba las majestuosas montañas de cimas blanqueadas por la nieve. Se me acercó un cisne que, desde la distancia, había estimado pequeño, pero ahora lo veía de gran tamaño. Me miró y me dijo:

    - ¡Sube!

    - ¡Te ensuciaré! - le repliqué.

    - No importa. ¡Sube! -me contestó.

     Siento mucho haber llenado de tierra a aquella elegante ave, pero al subirme a ella, me sentía como en casa nuevamente. Atravesamos aquel inmenso lago, bordeando paisajes boscosos de indescriptible belleza. Mientras contemplaba con admiración aquel lugar, me dijo:

    - Ahora sabes dónde habito. Ahora sabes dónde encontrarme. En el cielo, en la tierra, en el fuego, en el agua. Pero, sobre todo, en tu interior, en el polvo plateado de tu alma. Soy a quien llamas Imaginación. Conmigo puedes ir a cualquier lugar del universo.

    Mientras hablaba, sus palabras me tranquilizaban y, sumado a mi cansancio, me quedé dormida. No sé cuánto tiempo navegué sobre mi distinguido amigo, pero, cuando desperté, estaba en casa. Estaba en mi cama. Y ahora sabía, desde lo más profundo de mi ser, que él que nunca me dejaría.

    

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