lunes, 29 de septiembre de 2025

La Leyenda del "Niebla Negra". Tercera Parte.

LA LEYENDA DEL "NIEBLA NEGRA"

Tercera Parte: El exilio del capitán

 


    Aquella noche, luego del terrible encuentro con el engendro del mal, el capitán se hallaba en su camarote con la luz apagada y la mirada perdida en el horizonte. 

     Había permanecido en vela hasta la media noche. Sabía que era la hora de partir para dar cumplimiento a las palabras escritas en aquella hoja y rubricadas con su propia sangre.

    Sus pasos eran lentos pero decididos, como quien arrastra sobre sí mismo el peso de su propio cadáver.

    Salió del camarote. La noche era tranquila y casi se podía escuchar el respiro del "Niebla Negra" meciéndose sobre las aguas.

    Bajo aquel cielo de plata dormía toda la tripulación. Y, aunque nadie velaba, agotados por la refriega y el miedo, como un pajarillo que busca refugio en su nido situado en lo alto de un árbol, sentía que era observado incluso desde lo profundo de sus sueños.

    La Luna derramaba su luz casi espectral a un costado del navío. Allí, en la banda de babor, a un costado, una pequeña barca de remos lo esperaba.  

    A cada paso de sus pesadas botas, parecía hacer exhalar un vaho frío de entre las juntas del entablado de la cubierta, como si caminara sobre un cementerio.

    Con gran sigilo bajó por la escalera de gato.

    Al posar sobre la barca, ésta se meció suavemente, como si una mano invisible hubiera esperado por siglos para sostenerle.

    El capitán abandonaba su propio barco.

    Para él esta era una gran humillación, una afrenta a su valentía y su prestigio.

    Con desgana, tomó los remos y emprendió su viaje sin mirar atrás.

   Sabía que si lo hacía, el Niebla Negra dejaría de ser un barco y se revelaría como lo que realmente era: una tumba flotante.

   El mar estaba tan liso que los remos cortaban la superficie sin escucharse un solo chasquido. La Luna se duplicaba en cada palada, multiplicando su reflejo hasta convertirse en un prisionero de espejos.

    Remó durante muchas horas hasta perder la noción del tiempo. Quizá habían sido sólo un puñado de minutos; tal vez un par de horas; o, quizá, años.

    Bebió un poco de ron de una botella que sacó del interior de su saco, su único consuelo ante aquel mar desolado. 

     En algún momento, se pensó presa de un engaño más argüido por aquel extraño ser que ahora le había arrebatado no sólo su preciado navío, sino ahora parecía condenado a perecer sin memoria en medio del océano. Imaginaba su cadáver flotando por las aguas siendo devorado por bestias marina.

    En medio de estos delirios, levantó la mirada y pudo ver a lo lejos la silueta sin contorno claro de lo que parecía una isla, que se dejaba ver durante breves momentos envuelta en una niebla densa y oscura, la misma que ya le era familiar.

    Sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo, como quien mira la muerte cara a cara.

    Cuando el bote tocó tierra, un aire sulfuroso le quemó la garganta.

    Fatigado, descendió de la barca y pisó la fina arena negra que a veces resplandecía con los pequeños rayos de Luna que se filtraban por entre las nubes negras. Se recostó y se entregó al sueño, claro, luego de refrescar su garganta con un poco de alcohol, y así ahogar los agrios recuerdos de la vigilia anterior.

    Una risa burlona interrumpió su sueño profundo.

    No; no provenía del oleaje del mar del fondo, que azotaba con estruendo las rocas de la costa, sino de una figura que parecía sobrevivir de una de sus pesadillas.

 

    Se incorporó súbitamente, pero no veía a nadie a su alrededor. La oscuridad de la noche había cedido a una ligera claridad que iluminaba el lugar. Aun así, aquellas voces no parecían tener un cuerpo visible. No lo veía, pero sabía quién era. 

    Sintió su corazón latir con fuerza, y pronto recordó la razón de encontrarse en aquel lugar.

    - Bienvenido, capitán Crowe -chilló una voz a sus espaldas, una voz que no era el viento ni de la de un hombre-. Me alegra no hayas desistido en cumplir el acuerdo. Hay una deuda qué pagar.  Fracasa… y tu alma será el eco que resuene dentro de una botella por toda la eternidad.

    El casco del geniecillo chisporroteó como hierro al rojo. Y la isla entera pareció reírse con él.

    El capitán se incorporó con furia con la fuerza de un rayo. Y, dirigiéndose a la criatura del mal, con voz desafiante y grave, le replicó:

    - No vine aquí para divertirte, maldito engendro del infierno. Con mis brazos he partido en dos a cualquier navío que se ha interpuesto en mi camino. Ningún mortal es rival para mí. Y, si llegaras a caer en mis manos, no correrías mejor suerte. 

    - Me halagan sus palabras de aprecio que siente por mí, Capitán Crowe. Desafortunadamente no estamos reunidos para hacer muestras de valentía y fortaleza. En esta hoja en juego tu alma, bien lo sabes. Un paso en falso, y caerás al abismo de esta prisión de cristal -contestó el geniecillo con tono burlón.

    - ¡Terminemos con ésto! -contestó el capitán con enfado.

    Mientras aquel duende danzaba por los aires mientras reía sin parar, agotando la paciencia del capitán, le dijo:

    - Advierto que mi hospitalidad no te resulta grata. Así que preste mucha atención, Capitán, para que no ponga en riesgo su permanencia en la tierra de los mortales -le replicó la extraña criatura.

    - Tu primera tarea será llevar a una bella y noble damisela de la península ibérica a la costa africana. Cuidarás que llegue con vida a su destino. Su nombre, "Doña Catalina de Albornoz".

    El capitán se estremeció como una tabla al recibir un fuerte martillazo. No por el desafío de la misión, sino al resonar en sus oídos el nombre de aquella mujer, como si el eco de una voz lejana hubiera tocado una fibra sensible en su interior.

    El resplandor de un relámpago iluminó brevemente su semblante.

    Pero pronto volvió en sí, y le dijo con rabia al ser maléfico:

    - ¿Acaso te burlas? Yo he combatido contra ejércitos enteros, he desafiado las más cruentas tormentas en medio de las más oscuras noches, y ahora me encargas una misión que hasta yo mismo podría haber encargado al más torpe de mis marineros. Subestimas mi arrojo y mi fortaleza. ¿Eso es todo, cuidar de una dama como si fuera yo una de sus nodrizas?

     - No te demores; te espera un largo viaje en tu pequeña balsa -replicó el engendro con dureza, consciente de la autoridad que ejercía sobre aquel mortal-. Por tu bien, no me decepciones, Capitán Crowe... o, ¡quizás sí!

   Estas últimas palabras las dijo llenando la atmósfera de chillidos y risas burlonas mientras desaparecía gradualmente en el aire.

     El Capitán le lanzaba puñetazos, pero fallando en todos sus intentos. Finalmente lo perdió de vista, y regresó a su barca, a esa prisión de madera que lo mantendría con vida mientras surcaba el océano.

    Tras varios días a la deriva por el océano, fue rescatado por el "La Estrella de Cádiz", un bergantín mercante español que se dirigía a puertos de la península ibérica.

     Aunque el Capitán era un hombre de los 7 mares, no dominaba a la perfección el idioma español, por lo que le fue más fácil trabar amistad con algunos ingleses que formaban la tripulación, a quienes relató cómo una tormenta los había sorprendido en medio del océano haciendo naufragar su navío, y cómo él era el único superviviente de aquella desgracia.

    Su sola presencia imponía con autoridad, por lo que no pocos se atrevieron a cuestionar su versión, incluido el capitán que estaba más enfocado en llegar pronto a puerto, donde sabía que los asuntos en tierra no estaban nada bien. 

    El Capitán Crowe, por su parte, por fin pudo comer y beber a saciedad; bueno, beber sólo con moderación, pues no quería dar una mala impresión a sus rescatadores.

    Pronto se unió al equipo y le fueron asignadas tareas propias de la embarcación.

    Ahora, veía ensombrecido su antiguo status de temido capitán para ser un simple marinero más del navío español.

    En su mente no dejaba de atormentarlo la risa burlona del duende maldito.

 

__________________________ 

[Continuará...] 

    En su nueva travesía como un simple marinero, el capitán Alistair "Bloodstain" Crowe conocerá a la joven y valiente Doña Catalina de Albornoz. Entre brumas y peligros, deberá protegerla de las maquinaciones del cruel y ambicioso Conde Ramiro de Alvear, enfrentando no sólo corsarios y tormentas, sino también los desafíos de su propio corazón. 

 

    

sábado, 27 de septiembre de 2025

La Leyenda del "Niebla Negra". Segunda Parte.

LA LEYENDA DEL "NIEBLA NEGRA"

Segunda Parte: El pacto de la botella

 

      A unos tres pasos de mí se detuvo el crujir. Ante la mirada propia y la de mi tripulación, vimos cómo una nube se transformaba en una figura pequeña y de aspecto terrible. La altura de aquel ser no llegaba ni a la cintura de cualquier hombre.

     Era un ser negro, un abismo de oscuridad era su cuerpo y sus extremidades. Llevaba una especie de casco sobre su negruzca cabeza, protección que me recordaba a un casco romano, del cual guardaba memoria de un viejo libro que había visto en algún barco que abordamos. De la parte superior salía un humo espeso y negro que se fundía con la niebla que nos había envuelto. Pero, cuando esta criatura infernal se molestaba, en vez de humo salían furiosas llamaradas que se elevaban varios metros por los aires.

     Llevaba un especie de manto rojo escarlata que cubría la mayor parte de lo que denominaríamos cuerpo. Sus pies eran como patas de un lobo, con garras afiladas. Sus alas estaban plegadas, y eran como las de los murciélagos, negras y translúcidas. De sus cortos brazos se extendían dos manos, que, más que manos, eran como garras de águila, con uñas afiladas como navajas.

     Nadie se atrevía mirarlo a la cara, pues no tenía rostro definido; sólo dos brillantes ojos amarillos que se entreabrían ocasionalmente, advirtiéndose una perversión diabólica. La risa burlona ahora tenía una forma bien definida.

     Dirigió su mirada a la tripulación atrincherada detrás de barriles, mástiles, costales y cuerdas. Luego, volteó su cabeza y me miró fijamente. Tras unos instantes volvió a reír burlonamente, como si ese fuera el lenguaje con que se comunicara. Cuando lo vi acercarse pausadamente hacia mí, en un instante de lucidez mental, ordené:

     - ¡Atrápenlo y mátenlo!

     Motivados por el miedo y su instinto de supervivencia, más que por la gravedad de mi orden, varios de ellos se dieron a la tarea de perseguirlo por toda la cubierta; pero aquel geniecillo del mal, se escabullía con facilidad de toda red que le era lanzada, de cada puñetazo que le era lanzado, mientras se desplazaba por los aires batiendo sus negras alas, y dejando un rastro acústico de sus carcajadas burlonas, como si se divirtiera haciendo desatinar a un grupo de torpes niños.

     Se le veía aparecer y desaparecer en diversos lugares. Finalmente, una red fue puesta encima de él cuando uno de mis más gordos marineros, Thompson, lo capturó por sorpresa. El engendro infernal fijó su mirada en "El gordo", quien, inmóvil, parecía haber sido hipnotizado por la extraña criatura. Soltó la red, y dando pasos torpemente hacia atrás, se retiró hasta la orilla de babor, y se tiró por la borda, cayendo en el mar. Pronto, sus compañeros se apresuraron a rescatarlo.

     Con sus afiladas garras, es pequeño espectro rompió la cuerdas de la red y salió de su breve encierro. Antes que hiciera un desperfecto más, saqué mi pistola de chispa Queen Anne finamente grabada con mi nombre que llevaba en el cinto, le apunté y le disparé a quemarropa. 

     Para mi sorpresa y desesperación, la bala atravesó a aquella criatura infernal sin causarle daño, como si hubiese disparado a la misma niebla. El proyectil solamente, con gran estruendo, abrió un boquete negruzco en cubierta. La criatura me miró fijamente con esos ojos amarillos brillantes, como quien mira a un condenado, y sentí un gran dolor en el brazo.

     Seguidamente, caí al suelo como golpeado en el rostro por una barra sólida de metal. Conmocionado yacía en el suelo. Sentía cómo las fuerzas abandonaban mi corpulento cuerpo, y sólo podía llevarme las manos al rostro para mitigar un poco el agudo dolor que sentía. Sentí el calor de la sangre hormigueando por mi frente.

     Allí supe cuán odiado y detestado era por mi tripulación.

    Tras años de maltratos, de maldecirlos, de insultarlos y golpearlos cruelmente en castigo a lo que a mi juicio era una grandísima ineptitud, y, sabiendo que mis manos no sólo portaban armas, sino llevaban tatuada la sangre de tantas vidas arrancadas por ellas, me vieron por fin indefenso y vulnerable.

     Descubrí, en medio de mi desgraciada condición, que mi voz de autoridad no se derivaba del respeto a mi persona, sino del temor que infundía. Pero ese temor sólo necesitaba de una pequeña chispa para transformarse en odio visible.

     Algunos ellos se acercaron. No; no se acercaron para ayudarme a ponerme en pie. Recibí algunos puntapiés de algunos de ellos. Alguno desenvainó su cuchillo, y, justo antes de que empezara a descender su brazo, el duende maldito lo hizo desvanecerse también de dolor que lo llevaban a emitir gritos ensordecedores.

   Aquella pequeña criatura literalmente nos tenía a sus pies. pies de lobo, como mencioné anteriormente. Con gran delicadeza, sacó una pequeña botella, la cual resplandecía vivamente en la oscuridad de la niebla.

     De sus labios, si es que tenía labios, salió una voz aguda que reverberaba en los oídos hasta casi enloquecer, que decía:

     - Valientes caballeros, que ahora huyen como indefensas perdices asustadas, en esta botella tengo las almas de otra embarcación como la de ustedes. No es la única, como imaginarán. Y -continuó, mientras sacaba otra botella, pero vacía- en esta otra estarán las almas de ustedes.

    Todos escuchaban aterrados sus palabras, mientras un relámpago iluminó brevemente aquel macabro escenario. Algunos lloraban, otros gritaban exclamando frases tales como "¡Virgen Santa, estamos condenados!", "¡Esa criatura es el mismo satanás!", "¡Mejor saltemos todos al mar!", "!Que Poseidón venga a rescatarnos!"

     Prosiguió el geniecillo del mal diciendo:

     - Se acercan a una tormenta mucho, la cual es mucho peor que la de esta madrugada. Un rayo caerá desde el corazón del cielo, partiendo por mitad su vetusto navío. Sólo quedarán cenizas flotando en el mar. Y ustedes morirán de formas tormentosas pagando por sus múltiples crímenes y su ambición desmedida... A menos que...

     - ¿A menos qué? - grité, casi sin fuerza, con voz apagada.

     Aquella figura espantosa volvió a reírse a carcajadas burlonamente.

    De alguna forma, aquel ser me trasladó a mi camarote, y pude, extremando mi esfuerzo, incorporarme y tumbarme en mi sillón de capitán. Cerró la puerta, y mi tripulación quedó expectante afuera del camarote.

    - ¿Qué exiges? -susurré-. ¿Oro, plata, diamantes? ¿Esclavos?

     La criatura inclinó la cabeza. Su risa fue la única respuesta.

    Así que insistí, y pude retumbar su voz en mi cabeza, como un martillo golpeando una roca. 

     Tomé una hoja en blanco que llené con palabras que sellaban una promesa, y que haría en nombre de mi tripulación, para que a ellos no les causara ninguna otra desgracia. 

     Firmé aquella hoja, no con tinta aceitosa, sino con mi misma sangre, la cual se acumulaba en mi ropa dejando más manchas. Pero ahora era mi sangre.

      La criatura infernal tomó el papel, lo guardó en el frasco, y amenazó con hacernos pasar por peores tormentos encerrados en su botella si osaba romper mi promesa.

     Riendo a carcajadas, se fue desvaneciendo y transformándose en una bruma más de aquella niebla. Sus risas diabólicas me atormentan todavía y me hacen estremecer a cada día que las recuerdo.

     Extrañamente, pronto fue desvaneciéndose la oscura neblina, así como la tormenta que ya amenazaba con tragarse completo nuestro ya sentido velero. Vimos el Sol en el horizonte. 

    La tripulación se sintió aliviada, y pronto recobraron el ánimo.

     Dubois comenzó a entonar sus cantos más feliz que nunca, y a él se le unieron otras voces. 

    - ¡Caballeros! -me dirigí a ellos con voz fuerte- Acabamos de atravesar un momento cruel y angustiante que dejará una marca imborrable en nuestras vidas, vidas que hemos salvado como un conejo se libra de la trampa. Pero no, no ha sido la suerte la que nos salvó. Han sido nuestros actos los que nos llevaron a esta situación extrema, y son nuestros actos los que nos llevarán a ella nuevamente, o a disfrutar de una vida memorable. 

     Trataba de ordenar mi agitada cabeza, mientras la brisa salada del mar iba cauterizando mis heridas.

      - Es nuestro deber dejar obrar el mal, si no queremos que vengan más desgracias futuras. Quiero que prometan que, a partir de ahora, todos lleven una vida digna, si no virtuosa, al menos, dejen de causar daño.

     McKenna -dije dirigiéndome a mi primer oficial- abandona la violencia y la bebida. No intentes solucionar tus diferencias a golpes.

     Cornelius -ahora le hablaba a mi contramaestre- deja a un lado tu orgullo y tu envidia, de lo contrario serán tu perdición.

     - Y cada uno de ustedes -dije finalmente a la tripulación- dejen de robar, dejen la avaricia, la ambición que los lleva cometer los crímenes más crueles. Al desembarcar en las costas de Inglaterra, repartirán el botín ganado a precio de sangre, y lo repartirán. Y, finalmente, trabajarán de forma honrada y responsable. Esto, como digo, si no quieren terminar en una botella de vidrio sufriendo tormentos interminables.

     - Les habló su capitán... Caballeros.

     - ¡Ah!, y por favor, nunca cuenten lo sucedido en esta noche. Se los repito una vez más, nunca lo cuenten a nadie, ni siquiera bajo los influjos del ron, de lo contrario yo mismo haré que se traguen sus palabras a puñetazos.

     Vi ondear nuestra bandera pirata en lo alto de la mayor, y ordené retirarla y quemarla.

     La luz del día se atenuaba cada vez más. El día envejecía y cedía su lugar al manto de la noche, iluminada ahora por los rayos lunares.

     Aquí en mi encerrado en mi camarote, doy testimonio de la veracidad de estos hechos. Y con esto concluyo, dejando este escrito para la posteridad, por si alguien lo encuentra.

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     Al pie de este escrito, en la última página, quedaba plasmada la firma del capitán Alistair “Bloodstain” Crowe.

      A la mañana siguiente, al rayar el alba, los marinos, como era su costumbre, se agruparon en cubierta esperando las instrucciones de su capitán. Esperaron y esperaron en medio de conversaciones en torno a lo sucedido la víspera del día anterior. 

     Reanudaron sus faenas con diligencia, sin darle mucha importancia a que su capitán no se presentase en esta ocasión, aunque fuera la primera vez que esto sucedía.

     Sólo Cornelius y McKenna se resolvieron a ir al temido camarote del capitán. 

     Tocaron insistentemente a la puerta, gritaban "¡Capitán!" pero sólo el silencio respondía. El capitán parecía seguir durmiendo.

      Con un golpe seco dado a la puerta con un madero, pudieron finalmente entrar.

     Del capitán no había rastro alguno.

     Se dio la voz de alerta para buscar a su capitán por toda la embarcación.

     Nadie lo encontró. Como si un monstruo invisible lo hubiera devorado. Algunos pensaron que aquel pequeño demonio se lo había llevado como pago del rescate. Otros decían que se había arrojado al mar durante la noche. Como la noche, como el océano, aquello era un insondable misterio.

     McKenna tomó el mando y se dirigieron a Inglaterra guiados por Mateo “El Mapas” Valverde.

     Al cabo de algunos días llegaron a puerto, aliviados, felices, y desconcertados por la misteriosa desaparición de su valiente capitán.

     Pronto se familiarizaron con la gente de aquella población, y empezaron a repartir sus tesoros tal como lo habían prometido al que otrora fungía como su capitán.

    La embarcación quedó abandonada en el puerto, testigo mudo de innumerables y crueles batallas libradas en los rincones más impensables del océano.

    Cornelius y McKenna, quienes ya se habían hecho muy amigos, pronto notaron la presencia de una figura extraña que parecía vigilar cada detalle en alta mar y en el puerto mismo. Pero no, no era un ser maléfico del cual apartarse como si se tratase del mismo demonio.

    Estos dos marinos notaron algo especial en aquel personaje. Era un anciano decrépito, sentado en una silla, con el rostro surcado por innumerables arrugas, una figura frágil que no hablaba y no parecía escuchar. Parecía estar en otro mundo. Sólo su mirada se quedaba fija en algún punto del océano infinito, como si lo surcara de norte a sur, de este a oeste dentro de su mente. 

    Había algo peculiar en él. Aquellos ojos azules les recordaban los de su capitán. No sólo eso, las ropas deterioradas que vestía aquel anciano, asemejaban mucho a las que traía puestas su capitán al momento de desaparecer del "Niebla Negra".

    Lo observaban con detenimiento mientras un escalofrío recorría sus sendos cuerpos. 

    Pronto se acercó una mujer de edad madura quien dijo estar cuidando de aquel hombre.

    Contó que hacía algunos días lo encontraron vagando por la ciudad; que, efectivamente, no hablaba y parecía estar fuera de sí. No portaba armas ni dinero. Lo llevaron a un asilo situado casi junto al puerto, y cada mañana levantaba con lentitud su mano enflaquecida señalando el mar. Y allí lo llevaban día tras día. De vez en cuando se le veía derramar una lágrima por su mejilla.

     Se retiraron del lugar no dando crédito a lo que habían visto, convencidos que alguna extraña maldición lo había llevado a tan deplorable condición.

     Al cabo de algunas semanas, el anciano murió y se procedió a su sepultura, sin saber nadie su nombre ni de su historia personal hasta aquel momento.

     Sólo hasta este día de su muerte le fue retirada la chaqueta que le cubría. Al examinarla, encontraron este diario y una copia del pacto hecho con aquella criatura real o imaginaria, firmada por 

    Alistair “Bloodstain” Crowe.

    Quien hojee estas páginas quizá crea que son fantasía de un marino borracho esclavo fiel de una botella de ron.

    Sin embargo, cada amanecer, cuando el puerto de Portsmouth se cubre de bruma, algunos juran escuchar una risa infantil y burlona flotando sobre las aguas… como si la botella del pacto aún no se hubiera roto.

    Y el lector, ¿qué piensa de todo esto? ¿Realidad o fantasía?

     [En una próxima entrega develaremos más misterios de esta inquietante historia...]

    

La Leyenda del "Niebla Negra". Primera Parte.

LA LEYENDA DEL "NIEBLA NEGRA"

Primera Parte: La Tormenta y la Niebla

 

    La mente del ser humano es como el océano, misterioso, profundo, a veces la calma domina de este a oeste, y otras, inclementes tormentas lo azotan con la furia implacable de los dioses del Olimpo. Cualquier navío, por grande y robusto que sea, puede ser sacudido como una frágil hoja a la deriva, e incluso sucumbir ante las traicioneras aguas marinas.

    Tal es el caso del "Niebla Negra", cuya sola mención de su nombre hacía estremecer todo el cuerpo de cualquier marinero. Un barco pirata tripulado por hombres que, por su crueldad y ambición insaciable, eran, a los ojos de todos, ya no seres humanos, sino bestias monstruosas, temibles como el mismo demonio.

     Lo que sucedió con aquella embarcación sigue envuelta en el misterio hasta nuestros días. En las tabernas del sur de Inglaterra, se siga hablando de este suceso intrigante, de cómo en una noche cambió el destino de aquellos desalmados, y para nunca más saberse de ellos.

    Aquí el relato tal como aparece en una hoja amarillenta y con letras casi ilegibles por el paso del tiempo, escrita con el puño, antes poderoso, de su capitán, el despiadado y temible "Bloodstain".

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    Diario de Alistair "Bloodstain" Crowe, Capitán del "Niebla Negra"

    Latitud desconocida, noche del 13 de octubre de 1836

    Yo, Alistair "Bloodstain" Crowe, por la sangre que corre por mis venas, por aliento que mantiene latiendo mi corazón, doy fe de la autenticidad de los acontecimientos ocurridos aquella noche, bajo pena de sufrir los más terribles tormentos imaginados si faltara a la verdad.

    A bordo de nuestro bergantín "Niebla Negra", habíamos luchado durante horas contra una tormenta inesperada en medio del Atlántico. Las aguas calmas y los cielos prístinos de pronto volcaron toda su furia contra nuestra embarcación, como un castigo divino dirigido deliberadamente a escarmentar nuestros temperamentos.

    Cuando toda la nave parecía partirse en mil pedazos en medio de las gigantescas olas, y, mi tripulación agotada de hacer con la mayor destreza la labor de mantener el navío a flote, la tormenta cesó. Pero los daños se podían advertir de proa a popa por toda la cubierta.

    Aunque la fatiga era extrema, era necesario mantener el rumbo de la embarcación haciendo los ajustes necesarios.

    - ¡Arría la vela mayor antes de que el viento nos parta el palo mayor! -gritó el primer oficial Irwing “Iron Will” McKenna, un irlandés de carácter feroz, de mandíbula cuadrada, violento y supersticioso, bebedor insaciable de ron.

     ¡Un momento, señor! ¿Acaso no ve que estoy dejando firme la jarcia de mesana? -respondió gruñendo el contramaestre Cornelius “Old Salt” De Vries, un veterano holandés, viejo lobo de mar, mal encarado, orgulloso, quien cree saber todo, incluso más que su capitán.

      - ¡Mateo! ¿En dónde estamos, y hacia dónde nos dirigimos? -le pregunté en voz alta a “El Mapas” Valverde, experto en cartas de navegación.

     - Ahora estoy leyendo las brújulas, y cotejando con los mapas, pero seguimos perdidos, capitán; necesito que estas malditas nubes se disipen para poder leer los cielos -respondió Mateo, criollo cubano, tramposo al hablar y al actuar, astuto y escurridizo.

     A unos pasos se encontraba un grupo de marinos ordenando la cubierta. Entre ellos estaba cantando Jean “Chanteclair” Dubois, un franco-haitiano que no se dejaba vencer fácilmente por la adversidad, lo cual levantaba la moral de toda la tripulación. Sin embargo, en varias ocasiones fue pillado sustrayendo pequeños objetos de la bodega escondiéndolos en los múltiples bolsillos de su chaqueta. 

     Kwame “Two Nails” Mensah, un liberano alto y fornido, de tez oscura, el carpintero de abordo, con su calma característica, remendaba tramos de madera a estribor. Silencioso, denotaba que hasta para hablar era flojo y evitaba cualquier conflicto.

     Me dirigí, entonces, con voz firme y fuerte, a mis 39 subordinados reunidos en cubierta en afanosas tareas y les dije:

     - ¡Hombres de los 7 mares! ¡Temibles entre todos los hombres que surcan la inmensidad de los océanos! Hemos salido airosos de una maldita tormenta que hizo crujir el casco entero de nuestro bergantín. Ahora, lamento anunciarles, que el peligro no ha terminado.

     Levanté mi brazo y apunté al horizonte cercano, donde cielo y tierra se rozaban el uno al otro, pero sin tocarse.

      El silencio era absoluto.

    - Una espesa niebla se acerca a nosotros. Una niebla oscura que me dice que ésta puede ser más destructiva que la maldita tormenta que acabamos de afrontar. "Niebla Negra" es un nombre temible para cualquier mortal, pero también puede ser un presagio de un destino inevitable. No bajen la guardia. Prepárense, y no pierdan la calma aunque el mismo satanás se esconda en aquel abismo negro.

     Me retiré a mi camarote, pues he aprendido a leer el mar, cada gota de lluvia, cada brisa débil y fuerte, y cada olor venido de las profundidades del océano. La noche me ha hablado, y sé que estamos por llegar a un punto crucial en nuestras vidas.

     Como todos lo esperábamos, la espesa y oscura bruma cayó sobre el navío como un sudario. No se ve ni a tres brazas de la proa. La tripulación está desconcertada.

     El timonel, confundido, dice que el mar calla demasiado, que las olas parecen contener el aliento. Ordené cazar las escotas y firmar la jarcia; órdenes que se ejecutaron con la velocidad de un rayo. Pero las robustas cuerdas crujen, como si algo más que el viento las tensara. No es bruma común; lo sé en las entrañas. Quizá sea humo arrastrado por el viento desde el mismo infierno.

     La situación en cubierta gradualmente fue empeorando con sucesos aislados, y luego con una multitud de pequeñas desgracias que les ocurrían a cada uno de mis tripulantes.

    Salí de mi camarote, pues sentía que todo él se estrechaba contra mí amenazando con aplastarme.

     McKenna, el irlandés, mi primer oficial, mascaba maldiciones escupiéndolas con desagrado a los cuatro vientos, cuando una maroma suelta lo golpeó en la mandíbula con la fuerza de un toro embravecido. Juró que nadie la había soltado. Gemía, y vi la sangre correrle por la comisura de los labios y, por primera vez, lo escuché tartamudear.

     No mejor suerte corría los demás. El viejo De Vries, quien en un momento se jactaba de su pericia en la jarcia, escuchó la madera retorcerse y el obenque de babor se partió en seco. Nadie había tocado ese cabo. Sus ojos, tan acostumbrados a los nudos, parpadearon con la incredulidad de un novato. El miedo lo había paralizado.

     Valverde, pálido como la misma muerte, corrió hacia mí desconcertado, al descubrir que sus mapas estaban en blanco y las brújulas giraban caprichosas sin rumbo, como si la misma mar entera hubiese perdido el norte. Lo vi persignarse antes de murmurar que el mismísimo demonio le soplaba en la nuca.

     El perezoso Kwame, el carpintero, no da abasto. Por cada escotilla que repara, aparece otra abierta; cada cuaderna que clava cruje como hueso roto. Sudaba a chorros, clavando clavos como si la cubierta entera quisiera desarmarse.

    Dubois, el haitiano, que siempre canta para espantar el miedo, abrió la boca para entonar su shanty y no salió sonido alguno. Lo vi palpar con desesperación su garganta con ojos de ahogado, mientras los barriles de ron a su cargo rodaban solos por la bodega, en una caprichosa danza macabra.

    Era como vivir el Juicio Final. Toda la tripulación, otrora llena de valientes e indomables hombres, fuertes y envidiados hasta por el mismo mar, ahora corrían asustados de babor a estribor, de proa a popa, haciendo ademanes como invocaciones para ahuyentar los demonios que se habían apoderado del desgraciado velero.

    Mientras cada evento ocurría, se podían escuchar risas y carcajadas, casi infantiles, que parecían surgir de cualquier lugar, dependiendo de dónde ocurriera la desgracia. Su risa burlona estremecía hasta la médula. 

    Era un espectáculo caótico que desmoralizaba a cada uno de mis hombres.

   En manada, se veía a las ratas arrojarse a las profundidades de la aguas, presas de un pánico inexpresable, optando por el suicido a correr con la misma suerte que la tripulación.

    Sabía que pronto llegaría mi turno.

    Un sudor frío recorría cada poro de mi cuerpo.

   Los ojos se me secaron, y tornábanse rojizos, aludiendo a mi apodo de "Bloodstain", mancha de sangre, apodo que me había ganado luego de que mi chaqueta se impregnara de sangre en uno de los tantos abordajes que había realizado. Alguna de mis miserables víctimas dejó esa impronta sobre mis lomos. 

     El corazón latía angustiado; podía escuchar su latir como un tambor resonando en mi pecho.

     Podía mandar a mi tripulación, pero aquellas fuerzas diabólicas estaban fuera de mi control.

    - ¡Por el infierno, algo se mueve en la jarcia! -exclamó Mateo blanco de miedo como la espuma del mar

     Un sonido surgido del entablado estremeció a toda la turba. Aquel sonido parecía provenir de la madera que se hundía en la cubierta, como si una fuerza invisible doblegara con su peso la superficie sobre la que se soportaba. Los crujidos avanzaron hacia mí, quien, estupefacto, quedé inmóvil contemplando lo increíble. 

[Continuará...]


    

viernes, 26 de septiembre de 2025

Camino al extravío. Capítulo I

CAMINO AL EXTRAVIO

Capítulo I: Entre la habitación del tiempo y la luz del olvido 

 

    Abrí los ojos como quien despierta de un largo sueño. Al mirar a mi alrededor, descubrí un ambiente bastante familiar. Un ambiente conocido, pero fastidiosamente aburrido. Estoy en un cuarto hecho de cuatro paredes, un espacio reducido que me permite dar unos 7 pasos entre paredes opuestas. Muros de unos tres metros de altura, un espacio blanco y cuadrado. Nadie más haciéndome compañía.

    La habitación ligeramente fría, sólo posee un "objeto".

    Sí, yo.

    Soy el único artefacto que adorna el lugar. Para distraerme un poco, y para no saberme dentro de un calabozo inhóspito, en una de las altas paredes hay una cavidad radiante, un lugar del cual se desprende una luz que no cesa.

    Como aquella fuente luminosa nunca se apaga, no tengo referencia alguna del paso del tiempo; desconozco si inicio un nuevo día o lo estoy concluyendo. Este lugar está vacío de la noción de la temporalidad. No tengo forma de medir el paso de los días, de los meses, de los años. Llevo tanto tiempo aquí, que no hago otra cosa que reflexionar. 

    Reflexiono poco, con esfuerzo.

    Me es más fácil hablarme a mí misma contándome una historia que ya me he contado miles de veces. La he repetido tanto como un monólogo mental, que me he grabado cada palabra de la historia en la más precisa secuencia.

    Cada que cuento este relato en el interior de mi mente, voy fijando el paso de los días, de las noches. Al final de cada historia, marco una vida más. Una vida que se repite como un bucle interminable y me abstraigo de pensar en mi yo del presente, mi yo real, condenada a una existencia de luz, sí, pero intrascendente metida en esta celda cuadrada.

    Luego de cerrar lo ojos, puedo contarme esta historia con todo lujo de detalles, alimentarla con emociones encendidas de todo tipo, con un pensamiento tan enfocado en el relato, que pronto pienso que es tan real como mi presencia en este lugar.

    Me transporto. Me abstraigo, y mi propio yo parece cobrar vida, parece que cada palabra se encarnara para hacer real eso que sólo imagino. Cuando cruzo el límite entre realidad y fantasía, mi mente, mi espíritu, todo mi ser, no saldrán de allí hasta que finalice mi relato. Sí, termina con mi muerte.

    Y despierto. Como ahora.

    Es hora de contarlo nuevamente. Detesto esta existencia en este cuarto vacío. Mi única forma de llenar mi existencia es trasladándome mentalmente a aquel mundo fantástico. Así que comenzaré. Como testigos de esta historia, mis propios pensamientos, y no sé si alguien desde detrás de aquella luz me escuche.

    No recuerdo el momento en que nací; no tengo memorias de cuando era tan sólo una bebé. Las experiencias que quedan grabadas en mi mente comienzan a una edad temprana, a los tres años. Cuando despierto, me veo en una hermosa cuna, adornada con lienzos finos y envuelta en cobijas suaves y aterciopeladas. Sentí hambre, así que grité:

    - ¡Mamá, tengo hambre! -dije desde la trinchera de mi cuna, que estaba todavía en penumbras en aquel amanecer.

    Pronto advertí que se encendía la luz de la amplia habitación, adornada con estantes de juguetes por todas las paredes. Mis ojos se entrecerraron inmediatamente como reacción a aquella luz, pero pronto se adaptaron a ella. Escuché pasos. Instantes después, escuché estas palabras (supongo dirigidas a mí):

    - ¡Oh, ya se despertó mi tesoro! ¿Tienes hambre, ternura? Ahora ordeno a tu nodriza para que te traiga tu comida, que debe de haberla ya preparado, porque mami ya se va al trabajo -contestó mamá.

    Mamá llamó a la nodriza, Michelle, quien pronto apareció en la habitación y recibió instrucciones. Una larga lista de tareas le encomendó mi mamá, y ella, atenta, tomaba nota mental de cada una de ellas, no queriendo omitir ni olvidar cada detalle. 

    Poco después, la nodriza me tomó en brazos cálidamente, como si se tratara de su propia hija, y cruzamos la habitación. Mi mamá se había alejado rápidamente esbozándome una sonrisa agradable. Igual, supuse era auténtica. Tenía mi progenitora asuntos importantes qué atender. Los otros, los delegaba a su nodriza. Eso incluía...

    Mis padres, supongo que ellos lo fueron (imagino que alguna vez tuve padres), abogados de profesión, vivían, junto conmigo, por supuesto, en una casa enorme, una mansión ubicada al sur de Florida, Estados Unidos. Sus trabajos como altos funcionarios del gobierno estatal, les demandaban estar poco en casa.

    Aquel lugar no era para ellos una casa, sino más bien una extensión de sus oficinas gubernamentales: Los teléfonos no dejaban de sonar nunca, y ellos, entregados admirablemente en cuerpo y alma a su servicio, sostenían largas conversaciones, atendían invitados distinguidos, y, como una estrella fugaz, a veces se les veía brevemente en casa para luego salir por la misma puerta que entraron para rápidamente subirse a sus SUVs personales y tomar rumbos desconocidos.

     Sin duda, llevaban una relación amorosa única, pues siempre tenían un tema común, asuntos que se compartían el uno al otro, obteniendo puntos de vista recíprocos, que les alentaba a seguir con la estrategia inicial, o modificarla un poco. Bueno, eso se decían el uno al otro.

    Podríamos decir que eran diplomáticos el uno con el otro.

    Por supuesto, habían resuelto, tras largas y acaloradas discusiones, quién cuidaría de mí, cómo sería mi educación, qué estudiaría, dónde trabajaría, cuáles serían mis contactos en mi vida profesional, en fin, mi vida estaba resuelta sin haberme levantado de la cuna. ¿Me casaría alguna vez? Al parecer, este punto no quedó aclarado. Supongo allí podría ejercer mi derecho a la libertad, según los estatus que rigen esta nación.

    Sus ausencias a veces eran de varias horas en el día. Esos episodios eran raros. Lo normal era que no estuvieran en casa por varios días, semanas, e incluso, meses... Su patriotismo era extremo, y supongo bien reconocido. Supongo aquella casa no era más que un botón de muestra de su cuantiosa fortuna.

    Así de inmensa era su demostración de amor hacia mí...

   Sí, pues me dejaban en buenas manos, al no poder ellos hacerse cargo de mí. Con amor habían seleccionado a mis mejores niñeras y formadoras.

    Luego del desayuno, debería seguir una rutina estricta. No iba ningún centro de enseñanza propio de mi edad a socializar con otros niños; eso era pérdida de tiempo, decían mis padres. Así que tuvieron la genial idea de contratar maestros y maestras que me impartieran los conocimientos básicos de forma personalizada. Por eso digo que me amaban. Esos detalles se les agradecen profundamente desde el corazón.

__________________

[Continuará...

Pronto, en la próxima entrega, la rutina perfecta comienza a fracturarse:

 ¿Es esto sólo un vago recuerdo… o un sueño demasiado real?]


    

jueves, 25 de septiembre de 2025

Aliados invisibles. Entre el bosque y el cielo

    Una mezcla de nerviosismo y entusiasmo invadían mi pensamiento. Con un pantalón cómodo, mis zapatos todo terreno, y una mochila preparada con mi kit de supervivencia, eran mis compañeros en aquella aventura de senderismo. Me había desplazado varios kilómetros de la ciudad en la que vivo y había llegado un bosque que me atraía por su gran belleza natural.

    Apenas descendí del auto, un aroma a hierbas frescas saturó de agradables olores mi nariz. Ante mí se extendían llanuras cubiertas de majestuosos pinos. Iba sola, pero decida a afrontar el reto de recorrer aquel paraje que me prometía una experiencia inolvidable.

    Entre riachuelos, arbustos, y cantos de pájaros que hacían coro con el susurro del aire al atravesar las tupidas ramas de los árboles, me adentraba por el bosque. Buscaba un claro en el bosque que tuviera una vista encantadora para detenerme a comer algo de fruta que llevaba de refrigerio en mi mochila. De vez en cuando me detenía para admirar el paisaje que se dibujaba artísticamente frente a mí, mientras me deleitaba de un sorbo de agua bien resguardada en mi botella.

    En mis veintes, mis piernas eran lo bastante fuertes para soportar recorridos largos sin queja alguna. Cada colina, cada brecha difícil, cada pendiente escarpada, las ascendía con seguridad, colocando con precisión mis pies en el suelo para mantener el equilibrio perfecto.

    Luego de algunas horas, pude distinguir una ladera que ascendía casi en vertical al pie de un río de aguas cristalinas. Y me pregunté sobre cómo sería la vista desde la cima de aquel lugar. No lo pensé mucho, y hacia allá me dirigí. Tenía en mente disfrutar de mi almuerzo una vez llegara allá arriba y así también deleitarme del paisaje ofrecido desde lo alto.

    Mis zapatos, aunque algo mojados luego de caminar por la orilla del río, parecían adaptarse bien al terreno y evitaban cualquier desliz. Ascendía por aquella pronunciada pendiente sujetándome con las manos de rocas y arbustos que sobresalían del terreno, mientras daba cada paso apoyando firmemente cada pie. Cada vez ascendía con más lentitud como consecuencia del esfuerzo y la fatiga acumulada.

    Lo que consideraba un desafío minúsculo, se transformaba a cada paso en reto con mayor grado de dificultad. En algún momento desistí de continuar. Pero había llegado a tal altura que parecía más pertinente continuar que bajar hasta el fondo de la colina. Respiré hondo, y seguí fijando mi objetivo en la cima. No iba a rendir.

    Parecía que lo había logrado, que había llegado a lo más alto, que sólo era cuestión de impulsarme con fuerza para llegar a la cima. Mis manos se sujetaron con fuerza de un matorral que estaba por encima de mi cabeza. Me iba a impulsar apoyando una de mis piernas en una roca, pero, súbitamente, ésta cedió y se precipitó con rapidez al fondo del barranco. Había perdido mi punto de apoyo, había perdido el equilibrio y quedé suspendida en lo alto de la ladera asiendo con mis manos fuertemente aquel arbusto. 

    La angustia se hizo presente de inmediato, la adrenalina irrumpió con fuerza por todo mi sistema sanguíneo, y mi mente se nubló de terror por algunos instantes. Sentía salirse el corazón de mi pecho, y al mirar hacia abajo el vértigo se aliaba a todos los enemigos que se habían dado cita en aquella situación. Grité. Grité pidiendo ayuda, pero mi voz parecía desvanecerse en aquel océano de calma verde y desolada. Pensé que pronto me enfrenaría a un trágico desenlace para mi vida. Por un breve momento pedí ayuda a Dios, a quien no lo tenía como una figura distante y a quien yo le era indiferente. Mientras tanto, luchaba inútilmente por poner mis pies en un punto firme. 

    El cansancio de la lucha me iba dejando sin fuerzas en las manos. Poco a poco resbalaban de aquel arbusto. Una lágrima salió de mis ojos.El bosque parecía contener el aliento junto conmigo. Y pensé que aquel era mi último instante sobre la Tierra. Entonces, de improviso, una sombra se movió entre los árboles. Una mano, cálida y firme, atrapó mi antebrazo. Y escuché a una voz decirme:

    ¡Sujétate! ¡No me sueltes!

    En aquel momento recobré las fuerzas.

    - Apoya tus pies para que te impulses mientras yo sigo tirando -, agregó.  

    Gracias a su fortaleza que me sostuvo en aquellos instantes, mis pies encontraron tracción en el terreno, y, casi sin saber cómo, ascendí exhausta a la cima. Y caí al suelo apenas me sentí segura.

    - ¡Gracias! ¡Muchísimas gracias! Has salvado mi vida -, le comenté.

    Aquella figura era la de un hombre maduro, alto, de piel muy clara, facciones finas, cabello café oscuro algo ensortijado, y una mirada que parecía estar encendida por miles de hogueras por dentro. Vestía como un explorador típico, con botas de senderismo, pantalones cortos, y una chamarra propia para climas fríos. Había sentido la textura de sus manos que eran extremadamente suaves, pero cálidas y fuertes.

   - No tienes qué agradecer. Son situaciones que vivimos de vez en cuando quienes nos dedicamos al senderismo. Tuviste suerte que anduviera cerca y atendiera volando tus gritos de auxilio - me replicó.

    - Seré mas cuidadosa la próxima vez y no ser tan temeraria - añadí, mientras me incorporaba.

    Me preguntó si quería agua o algo de comer, a lo que añadí que traía mi kit de supervivencia, mi fruta, mi agua, y alguno que otro trozo de carne para asarlo en algún lugar del bosque.

    Al oír esto último, de alejó un poco, recolectó unas ramas, las amontonó sobre unas piedras, y encendió una fogata.

    - Con este susto, me ha dado más hambre de la que ya sentía antes de iniciar mi ascenso por la ladera -, comenté.

    Sí, es natural. Aunque lo importe es que ya estás a salvo y puedes sentirte aliviada luego de tan desagradable incidente -, me dio aquel hombre desconocido.

    - ¿Gustas? -, le pregunté mientras le ofrecí unas uvas y unas manzanas. También le ofrecí algunas nueces y unas galletas de chispas de chocolate, pero me replicó con una voz timbrada y modulada que ya me parecía llevarme a otros confines sólo de escucharla.

    - ¡Gracias! -, me contestó -. Tengo mi mochila no lejos de aquí. Iré por ella, y regresaré a hacerte compañía, pues no quisiera te volviera a pasar nada malo - esto último me lo dijo en tono de broma con una sonrisa casi angelical.

    Lo vi alejarse colina abajo, adentrándose en la espesura del bosque. Asé mi carne, que después comí mientras avivaba con hojarasca y ramas secas la fogata para que, cuando regresara, pudiera asar su comida, en caso de requerir asar algo. 

    Pasaron unos minutos, que poco a poco se fueron convirtiendo en horas. No sabía cómo gritarle para llamarle, pues ni siquiera tuve la oportunidad de preguntarle su nombre. Algo en mi interior me dijo que ya lo volvería a ver, y decidí regresar, aunque tenía la extraña sensación de que detrás de algún árbol, oculto entre las sombras de los arbustos, allí estaba él acompañando mi regreso.

    Temiendo le hubiera pasado algo allí en el bosque, y no queriendo ser ingrata y corresponder su ayuda, pasé a la cabaña del guardabosques que, por suerte, lo encontraba allí ya al caer la tarde. Le pregunté si había visto a este hombre que andaba también haciendo senderismo. Lo describí como pude, diciéndole lo que había pasado, y que no sabía su nombre. Extrañado me dijo que no; que aquel lugar era escasamente visitado por cualquier visitante, quedándose a las orillas, ya que el terreno era abruptamente traicionero en algunos lugares, y las personas evitaban frecuentarlo.

    Me dijo que organizaría una búsqueda al día siguiente, pues ya la noche se acercaba y sería difícil iniciar una búsqueda bajo esas condiciones. Le dejé mi teléfono al guardabosques, y le pedí me informara si daba con su paradero. Regresé a casa alegre de estar con vida, pero con cierta preocupación por aquel misterioso personaje que podría seguir perdido en el inmenso bosque.

     Pasaron los días sin saber nada de él. Había recibido la llamada del guardabosques quien me dijo que había explorado con detenimiento cada rincón más probable donde pudiera estar, pero sus sabuesos no encontraron más que cadáveres de ciervos en medio de los matorrales. En los ríos tampoco rastro alguno. También pregunté por él en mi círculo de aficionados a la exploración, pero nadie sabía quién podría ser.

    Regresé un par de ocasiones al lugar, a aquella colina, pero ya siguiendo un sendero más seguro. Esperaba encontrarlo por casualidad, pero no tuve éxito.

     Algunos meses después de aquel incidente, paseaba por el centro de la ciudad. De pronto, me sentí atraída por una tienda en particular. Era una tienda de artículos religiosos y en allí, perdido entre varios objetos del escaparate, había un libro bellamente ilustrado que en la portada aparecía la figura de un ángel. Era un libro infantil cuyo título, que no recuerdo ahora, transmitía la idea de cómo nuestro ángel de la guarda cuida de nosotros. Por supuesto, lo que me llamó la atención no fue el título de libro (el cual, como comento, olvidé), sino la figura del ángel de la portada. Era un ángel que coincidía casi con una precisión de un pintor como Miguel Ángel, con aquella figura que salvó mi vida en el bosque.

    Aquello me golpeó por dentro, me conmovió, y sentí rodar una lágrima, mientras una pluma blanca descendía lentamente hasta el suelo. Poco a poco salí de mi asombro, y regresé a casa elucubrando mil teorías descabelladas que dieran explicación al hilo de todos esos acontecimientos. ¿Había sido rescatada por un ángel, el ángel de mi guarda? O, simplemente, ¿sería una extraña coincidencia? No sé qué pensar. Pero dentro de mi alma queda un agradecimiento y una satisfacción que trasciende toda palabra.

 

    

martes, 23 de septiembre de 2025

El rincón secreto donde habita la creatividad

- ¿Nunca te apartarás de mí, verdad? Si te apartas de mi lado, no sabré dónde encontrarte.

    Le pregunté en tono sollozante. Aquella figura me había acompañado desde pequeña, desde que tenía uso de conciencia. Recurría a ella especialmente cuando me sentía agobiada del mundo a mi alrededor. Me abrazó cálidamente; yo lo rodé con mi brazos; su figura era como la de un ángel, desplegando una alas luminosas que hacían resplandecer toda mi habitación. Y me dijo con voz suave y firme:

- Ven; no quiero que estés triste. No quiero ser un misterio para ti, mi pequeña.

    Lo seguí hasta el patio, y allí sus dos alas ahora se plegaban al cuerpo de una hermosa y enorme águila. Subí en su espalda, me sujeté con fuerza, y remontó el vuelo. Desde aquel cielo pude ver el Sol dándole el último baño de luz a hemisferio que abarcaba mi vista. La brisa era jugaba con mi cabello. Sobrevolamos un extenso bosque, y llegamos hasta una cascada que hablaba con voz grave al chocar el agua en el fondo del barranco. Allí me dijo aquella majestuosa águila: 

- Observa el agua. Mira cómo ella es un ser noble y creador. Le da vida a las plantas, en las tormentas, se viste de gotas que caen y baña las cosechas; crea ríos, cascadas, océanos. Está en su naturaleza ser moldeadora del planeta. Además, sabe transformarse en inmensos bloque de hielo que cubren los casquetes polares; se transforma en liquido, y también en vapor. ¿Ves cómo puede tener una existencia multifacética? Tiene una gran fuerza creadora.

- El Sol -añadió-, que ahora nos ofrece sus últimos rayos también tiene el potencial de crear, dar vida a las plantas, a los árboles, a los animales terrestres y acuáticos. No sólo es luz, también es una fuente de energía que da calor al planeta, energía que viaja hasta los confines más remotos del universo.

- Sí, y lo acompaña alegremente en el cielo la Luna -contesté.

- Puedes ver cómo las plantas crecen también en variadas formas y en diversos tamaños, con bellas flores algunos, y caprichosas disposiciones de sus ramas otros. El mundo pequeño, el microcosmos, así como el mundo a gran magnitud, al que llamamos macrocosmos, juegan a crear mundos increíbles esperando a ser descubierto y nos maravillemos de ellos.

- Me quedaría a contemplar aquí el mundo por largo tiempo -le dije al águila fascinada con sus palabras.

- Pero, ¿y tú de dónde vienes? -le pregunté con curiosidad.

    Sus grandes ojos se dirigieron a mí en aquella tarde que con un manto de oscuridad empezaba a cubrir todo a su paso. Me invitó a subir de nuevo en ella, y volamos.

    Emprendió el vuelo con gran velocidad, surcando casi en vertical el cielo negruzco. Miré hacia abajo, y sentí vértigo, así que cerré los ojos, y dejé que llevara a parajes inimaginados. Me sujeté fuerte, y me dejaba llevar por el ritmo del batir de sus alas.

    Al cabo de un rato, cuando abrí los ojos, pude ver una luz muy intensa que se extendía por el cielo. No había un lugar al qué llamar tierra firme; sólo veía figuras luminosas a la distancia. Algunas de ellas flotaban por el aquel espacio bañado en luz; unas estaban en grupos, y otras se alejaban de forma individual, como volando sin esfuerzo. Pude distinguir figuras humanas; otras eran como seres alados, pero tenían cuerpos variados, con partes de águila, de león, de caballo. Algunos traían cetros brillantes; otros, algo parecido a lanzas, o flechas. 

    Aquel elenco de seres casi mitológicos, me dejaban maravillada. Pero sentí un extraño sentimiento, mezclado de añoranza, y la vez de deseo de libertad. Es como si me sintiera pertenecer a un ese fantástico mundo, pero mi espíritu me pidiera expandirse a otras latitudes, explorar otros universos. Conforme nos acercábamos, mi ansia de libertad se sobrepuso y le grité a mi emplumado amigo:

- ¡No quiero ir allí! ¡Alejémonos, por favor!

- ¡Claro sí! No temas. 

    Obediente, mi nave voladora dio un giro brusco, y volamos en sentido opuesto. Fuimos avanzando, y vi como una estela de polvo luminoso plateado íbamos dejando detrás nuestro. La luz que iluminaba el cielo de aquel espacio hermoso, cada vez quedaba más atrás. La oscuridad iba aumentando gradualmente. 

    Mi amigo emplumado, lo distinguía cada vez menos en aquella noche negra. Sentí que sus aterciopeladas plumas se convertían en escamas firmes y fuertes. Sus alas cafés y blancas, se tornaban oscuras y las plumas dejaron lugar a lo que parecían velas de una barco asidas a un mástil, pero estas otras era de piel translúcida. El pico, los ojos, la cabeza, ya no eran la de un águila dominante, sino ahora eran tenían los rasgos de un dragón. Ahora viajaba en un imponente dragón.

    Llegamos un lugar donde había infinidad de volcanes. Algunos arrojando lava furiosamente, otros con tranquilidad elevaban grandes fumarolas por sus cráteres. Mientras contemplaba este espectáculo, mi compañero, si podía llamarlo todavía así, pues me invadía un terror ante tal espectáculo, se precipitó a gran velocidad hacia un cráter volcánico con lava al rojo vivo en su interior. Yo gritaba asustada, pero mi escamoso guía me dijo:

- ¡Sujétate! 

     Y, cubriéndome con sus alas, se zambulló en ese mar ardiente. Yo no dejaba de gritar, aunque me sabía protegida por sus alas. Durante un tiempo que se me hizo eterno, atravesamos la lava del interior del volcán, y, finalmente, llegamos a un lugar cavernoso. Desde aquel lugar, iluminado por los ríos de lava que alimentaban aquel cráter, podía contemplar el interior. Bajé del dragón. Y me sentí más tranquila. El polvo plateado ahora se confundía con las brazas encendidas que desprendían los ríos volcánicos. Pude notar como un hilo plateado que nos había marcado el camino y que nos llevaría de regreso sin perdernos.

- Tu deseo de saber de dónde vengo te ha llevado a que descubrieras todos estos lugares -me dijo el dragón, quiero decir, mi amigo, mientras arrojaba bocanadas de fuego por su hocico.

- No debí preguntar -le repliqué en tono de broma con una sonrisa nerviosa. 

    Se dio la vuelta, y se sumergió en la lava.

    - ¡No me dejes aquí! -le grité aterrada, pero el rugir del volcán ahogaron mis palabras.

    El calor era insoportable, y pude ver un pequeño túnel que se dibujaba en medio de la oscuridad. Hacia él me dirigí, y avancé, dando cada paso con gran temor, temiendo perder el equilibrio y caer al río ardiente. Más adelante vi lo que parecían unas extrañas creaturas, de tamaño enorme, de color negro, y con enormes e innumerables ojos en cabeza. Se movían coordinando armoniosamente una gran cantidad de extremidades que eran como sus patas. Quise retroceder antes de que advirtieran mi presencia, pero, fue tarde. Con alguno de sus ojos percibieron mi presencia.

    Inmediatamente di vuelta para correr, pero justo a mis espaldas estaba uno de esos repulsivos monstruos, y me llené de terror, no sabiendo qué hacer. Este otro ser abrió lo que podría denominar como boca, vi sus enormes colmillos, pero, escuché salir de ella una voz que me dijo:

    - ¡Sube!

    ¡Qué alivio! Era mi amigo, ahora convertido en una tarántula gigante. Aunque su pelambre era resbaladizo, con su ayuda pude colocarme sobre su dorso. Y recorrimos aquel túnel. Saludamos a sus congéneres, y nos perdimos, dejando una estela de polvo plateado brillante.

    Conforme avanzábamos, la oscuridad se hacía más y más profunda. Llegamos a una parte del túnel que se estrechaba, tanto en altura como a lo ancho, y sólo yo podía pasar. Mi compañero me ayudó a bajar y me dijo:

    - Tendrás que continuar tú sola.

    - Pero, ¿no vendrás conmigo? ¿Qué hay al final de este pasadizo?

    Dando saltos increíbles, se alejó. Y me quedé sola nuevamente.Avancé, casi a ciegas, si no fuera por los destellos del polvillo que me iluminaban tenuemente el negruzco túnel.

    El túnel se estrechó tanto, que tuve que avanzar arrastrándome. Así estuve durante mucho tiempo, hasta que quedé exhausta. Me empecé a llenar de angustia y desesperación. Gritaba pidiendo ayuda, pero nadie me escuchaba. Lloré y pensé que este sería el final de todo. Me puse boca arriba, y con mi brazos y piernas golpeaba ansiosamente el interior del estrecho túnel. Un último puñetazo, el que llevaba la última carga de fuerza que me quedaba, golpeó la parte lateral, y abrió un pequeño hueco del que de inmediato dejó filtrarse una luz radiante.

    Con entusiasmo, recobré fuerzas, e hice más grande aquella cavidad, y pude salir. Estaba llena de tierra, la cara con trazos de lodo, testigos de mis lágrimas mezcladas con el polvo, y pude contemplar un paisaje increíble. Había un gran lago, de azul cristalino que reflejaba las majestuosas montañas de cimas blanqueadas por la nieve. Se me acercó un cisne que, desde la distancia, había estimado pequeño, pero ahora lo veía de gran tamaño. Me miró y me dijo:

    - ¡Sube!

    - ¡Te ensuciaré! - le repliqué.

    - No importa. ¡Sube! -me contestó.

     Siento mucho haber llenado de tierra a aquella elegante ave, pero al subirme a ella, me sentía como en casa nuevamente. Atravesamos aquel inmenso lago, bordeando paisajes boscosos de indescriptible belleza. Mientras contemplaba con admiración aquel lugar, me dijo:

    - Ahora sabes dónde habito. Ahora sabes dónde encontrarme. En el cielo, en la tierra, en el fuego, en el agua. Pero, sobre todo, en tu interior, en el polvo plateado de tu alma. Soy a quien llamas Imaginación. Conmigo puedes ir a cualquier lugar del universo.

    Mientras hablaba, sus palabras me tranquilizaban y, sumado a mi cansancio, me quedé dormida. No sé cuánto tiempo navegué sobre mi distinguido amigo, pero, cuando desperté, estaba en casa. Estaba en mi cama. Y ahora sabía, desde lo más profundo de mi ser, que él que nunca me dejaría.

    

viernes, 19 de septiembre de 2025

El arte de encontrar calma en un mundo acelerado

  

"La serenidad no se busca lejos: se descubre en el instante que decidimos mirar dentro de nosotros."

 

    ¡Vaya choque! ¡Vaya contraste! En aquel momento, en medio de la calle, con el tráfico habitual del centro de la ciudad, al caer una tarde más, y tras una intensa jornada laboral, con la premura de hacer rápido las compras y volver a mi distante casa, el tiempo pareció detenerse… al menos, para mí. Desde algún remoto lugar, con una sutileza casi imperceptible, llegó a mis oídos el suave murmullo de una melodía.

    Era una canción que solía escuchar en mi habitación de adolescente mientras contemplaba, a través de la ventana de mi alcoba, esa pantalla viva que me mostraba una calle bulliciosa. Me invitaba a observar con agrado el ir y venir de personas, autos, motocicletas, bicicletas, e incluso uno que otro caballito que tiraba de una pesada carga, acelerando el paso cada vez que crujía el chicote de su auriga.

    Aquellos días regresaron a mí en un instante maravilloso. Fue un momento emotivo que me llevó a paisajes remotos de mis años juveniles. Una mezcla de sensaciones agradables se descargaba en mi interior mientras, poco a poco, surgían cuestiones que hubiese querido evitar. Preguntas que me calaban hondo, como un pájaro carpintero golpea sin descanso el tronco del árbol hasta abrir un buen boquete.

    ¿Dónde quedó aquella calma? ¿En qué momento perdí el rumbo, al punto de sentirme atrapada entre compromisos laborales, familiares, de supervivencia y hasta existenciales? Eran crueles esas palabras, como si un ladrón invisible me hubiera arrebatado mi esencia durante las noches en que me ausentaba de mí misma. Ese descuido me estaba costando muy caro.

    ¿A qué precio había entregado mis pensamientos? ¿A qué costo había descuidado mi salud física, que se deterioraba como pólvora consumida por el fuego? Y ni hablar de mi salud mental, hecha jirones a consecuencia de tantos compromisos adquiridos desde no recuerdo cuándo.

    ¿Quién era yo en aquel momento en que aquella grata melodía me despertó de mi sopor? Era un llamado a detenerme, a tomar una pausa antes de perder el último guijarro que quedaba de mí —si es que aún quedaba alguno— y recuperar mi identidad, mi fuerza, mi destino.

    También me preguntaba si esto me pasaba sólo a mí, si aquel ajetreo sin alma era un espejismo personal o un fenómeno más generalizado.
    Quizá aquel conductor del auto, el dependiente atareado de la tienda, el médico concentrado en su consultorio iluminado por luces frías, o el caminante que, con descuido, me había golpeado con su antebrazo mientras seguía su camino entre multitudes anónimas… tal vez ellos sabían a dónde dirigían su vida. Quizá eran conscientes del rumbo de sus navíos en este océano de la existencia. Y yo, en ese instante, apenas despertaba para ser consciente de la vida que desbordaba a mi alrededor.

    Volví a retomar el paso por la concurrida calle y advertí un sol brillante que comulgaba con la tierra en el horizonte lejano. Sus destellos, predominantemente dorados, emitían una sinfonía silenciosa que, pesar del maravilloso espectáculo, atraía pocos espectadores. Las luces de la ciudad tímidamente se encendían, anunciando la partida del astro rey y cediendo su lugar a una noche misteriosa. Aquí estaba yo, contemplando lo que había ignorado por tanto tiempo: la vida.

    Desde aquel momento, todo cambió. No porque la realidad exterior se transformara, sino porque mi forma de mirarla había dado un giro. Ahora apreciaba cada instante. Agradecía sentir cómo la vida me llenaba de plenitud en cada respiro, en cada latido de mi corazón, en cada pensamiento que aparecía en el escenario infinito de mi conciencia. Supongo has experimentado algo así; ¿cierto?

    Aprendí a disfrutar de cada momento en compañía o en soledad. Descubrí que los compromisos no son el fin último de la vida, sino peldaños hacia nuestra realización. Cada evento —favorable o adverso— es un maestro que nos señala la ruta a seguir. A veces no lo comprendemos de inmediato, pero, tras una serie de acontecimientos semejantes, podemos advertir un patrón y descubrir el mensaje dirigido sólo a nosotros.

    Llegué a casa y la vi como una bendición: un refugio para el cuerpo y el alma. De inmediato busqué aquella canción que sacudió mi conciencia y me conectó con mi identidad, aquella que yacía olvidada en una ventana del pasado.

    El sabor del café de esa tarde tenía un aroma especial, un deleite sorbo a sorbo. Ya no lo bebía a prisa porque se me hacía tarde para preparar la cena, enviar correos o atender las redes sociales, como si perder el último capítulo de una serie significara perder una pieza vital de mi existencia. Comprendí que había dado una importancia equivocada a esos deberes diarios. Ahora reconectaba con mi propia alma. Y quería disfrutarla más.

    Podía dedicarle tiempo a la lectura sosegada de aquellos libros que había comprado por curiosidad —porque estaban de moda— y que terminaron acumulando polvo en el estante de la sala. Elaborar la cena dejó de ser una carga pesada para convertirse en un arte: una dedicación atenta para matizar cada platillo con un sabor inolvidable.

    El otoño era cálido, con lluvias suaves algunos días y tormentas imprevistas en otros. Me propuse deleitarme con las puestas de sol en los días despejados y dejarme llevar por el embrujo de la lluvia golpeando rítmicamente el vidrio de mi ventana cuando las nubes cubrían, como un manto, los cielos boreales.

    Comencé a hacer una lista de actividades que me dieran esa sensación de plenitud, de conexión con mi interior y con la vida. Meditar me conduciría a un mundo interno que aguardaba con paciencia mi regreso. Mi cuerpo se revitalizaría con ejercicio cada mañana, aunque al inicio no fuera más que una caminata por el parque, animada por el canto de los pájaros y el murmullo del aire atravesando las robustas ramas de los árboles.

    Aprovecharía cualquier oportunidad para adentrarme en la naturaleza. La salida al cine cedía su lugar a un revitalizante paseo por el bosque o a un improvisado día de campo. Allí, en medio de la calma profunda, mi pensamiento se expandiría hacia espacios mágicos que armonizaran con ese entorno que siempre nos abre las puertas a experiencias únicas e inolvidables.

    Éste es ahora mi mapa y mi camino personal: una ruta hacia la plenitud, la armonía, mi esencia y la conexión con mi luz interior y con quienes me rodean.

    En este sendero, luminoso y a la vez desafiante, sé que encontraré viajeros que me acompañarán en este recorrido a lo profundo de la vida.

     Y ahora me pregunto: ¿despertarás tú también para recorrer esta travesía? Te invito a descubrir este mundo con una mirada renovada. ¿La aceptas?

 

    

jueves, 18 de septiembre de 2025

La Música de las Palabras: El Secreto Musical que Cautiva al Oído

    Gracias por entrar aquí. Gracias por asomarte a esta pequeña ventana desde la cual contemplar los trazos que tejen los hilos invisibles del infinito. Gracias por leerme, por escucharme con los ojos y percibir estas vibraciones en el interior de tu ser. No son simples palabras; son el mensaje oculto que nos comunica con el mundo que nos rodea. Porque cada palabra encierra un secreto, esperando revelar sus misterios, como una botella flotando en el océano portando en su interior un texto preservado para el viajero afortunado que la encuentre.

    El idioma es como la materia. Al igual que la materia compuesta por elementos más pequeños, los átomos, también al idioma lo podemos descomponer en entes más reducidos que son las palabras. Los átomos, a su vez, adentrándonos más profundo en la materia, se componen de partículas más diminutas, como son los electrones, protones y neutrones. Por parte del idioma, y siguiendo este hilo comparativo, las palabras las descomponemos en letras. Aquí no tenemos tres elementos como en los átomos, sino un conjunto de vocales y consonantes que estructuran el tejido de un idioma. Claro que sí, podemos llevar más lejos la mirada microscópica y llegamos a componentes más sutiles, tanto en la materia como en el idioma. Debajo de las partículas atómica encontramos otras partículas, un zoológico de ellas, que luego nos velan la realidad, de la cual sólo podemos recurrir a aproximaciones para saber qué hay debajo de todo, dónde se origina la materia como tal. Sí, la energía es la respuesta más vaga y general que, hasta cierto punto, sacia nuestra sed de curiosidad. Y como la energía es, hasta donde podemos teorizar, vibración, llegamos a la misma deducción con las palabras. Son vibración. De esta forma, las palabras vibran, emiten energía, resuenan en nuestro ser con una sutileza armónica, casi musical.

 

    Ya la fonética nos trataba de explicar esto mismo de manera vaga y superficial, dándole un tratamiento genérico a cada elemento del lenguaje. Algunas palabras suenan bonitas, agradables; otras, en cambio, nos parecen repulsivas y nos causan enfado. El efecto psicológico de cada palabra es innegable. No sólo son las palabras, también es la entonación con las que las pronunciamos, así como el contexto donde nacen y son acogidas. Con las palabras podemos bendecir, o podemos maldecir. No parecen negarse a obedecernos, y en ello radica nuestra salvación o nuestra condenación. "Por tus palabras serás condenado o justificado", reza más o menos así, un pasaje bíblico. Sin embargo, cada palabra se antojara que fue creada con vida propia y con un fin particular. Es tan vasto este universo lingüístico, que por eso se han escrito ciento, miles, millones de páginas de sabiduría a lo largo de la historia, todas con un finalidad, de perpetuar y transmitir el conocimiento a las demás, y a las posteriores generaciones a lo largo del tiempo.

    Como ya mencionamos, cada palabra parece tener vida propia, un fin en sí mismo. Cada palabra en cada idioma ha recorrido un largo camino a través de los siglos para llegar a nosotros con variaciones, matices, transformaciones, o, si no han llegado a sufrir alteración, de cualquier forma, todas y cada una tiene un propósito específico. Son como llaves que abren misterios, que abren ventanas a nuevos horizontes, que despiertan una magia única. Alí Babá lo sabía, y por eso pronunciaba las palabras «Ábrete, Sésamo!» o «Ciérrate, Sésamo!», palabras únicas que obraban de manera portentosa sobre la materia. Las palabras correctas abrían la puerta; con otras palabras exactas, cerraban la puerta. Pronunciar otras no produciría el efecto deseado. Tenían que ser exactamente esas. De lo contrario, la puerta permanecería inmóvil guardando sus tesoros.

    Así como esas palabras inmateriales pronunciadas por tan inconfundible personaje servían como llave para mover una puerta material, de la misma manera las mismas palabras pueden darnos acceso a mundos visibles e invisibles, llevarnos a la grandeza o a la decadencia. Nosotros vamos configurando nuestro interior como hace un informático al escribir código de computadora. Las instrucciones precisas llevan a acciones deseadas e indeseadas. El gran imperio de la computación se ha construido con palabras, o, más precisamente, con instrucciones, con código, una mezcla de palabras, letras, números, y caracteres alfanuméricos. ¿Cómo está constituido nuestro mundo interno? ¿Acaso no asemejará a este mundo informático? 


     Más allá de lo metafísico, el factor psicológico es la pista que nos lleva a desvelar los misterios detrás del empleo de los mantras tibetanos. Una simple palabra,  «Om», puede transformar de formas inimaginables a un ser humano. Gracias a la meditación y la pronunciación mental de este mantra, «Om», estos seres místicos pueden derretir bloque enormes de hielo, doblar espadas, no con sus manos, sino con su cuerpo. Hazañas realizadas que tuvieron como punto de partida una palabra repetida constantemente, concentradamente durante muchos años.

    Vemos, pues, que las palabras no son meros adornos en las hojas de libros. Cada palabra tiene poder. Cada palabra es el eco de una energía tan grande como el Universo. Cada montaña puede ser descrita, aunque no abarcada, por las palabras. Cada río arrastra tras de sí millones de palabras hacia otro ser inmenso, que es el océano capaz de albergar infinidad de palabras. Las estrellas son palabras, son energía. El Universo en su totalidad, ha sido hecho palabra. Pues, "La Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros". También cita bíblica esta última, que reza más o menos así. Pero nadie quiere ser etiquetado ni ser encerrado por las palabras. Las palabras no encierran la realidad; la realidad las trasciende; la realidad es... simplemente es...

    Bueno, esta reflexión acerca de la vibración, de la música que mágicamente llevan dentro de sí las palabras, no tiene otra finalidad que el de darnos cuenta que ellas son una creación extraordinaria y que las pasamos desapercibidas a cada día. Pero ellas nos construyen, o destruyen. Son parte de nuestra existencia. Son parte de nuestra esencia. Despiertan en nosotros sentimientos, emociones, ideas, visiones, creaciones, que luego transmitimos en palabras.

    Pronunciemos interiormente la palabra "Infinito" y quedémonos en silencio durante unos momentos, o quizá más tiempo. Lo que esta palabra nos evoca en nuestro interior puede llevarnos a despertar a mundos insospechados, mundos mágicos, mundos habitados por toda clase de seres, benévolos unos, amenazantes otros. Esos son los ángeles y demonios que llevamos dentro. Esa palabra, "Infinito", como todas sus congéneres, llevan en sí mismas una vibración especial, una melodía única que percibimos en nuestro interior como agradable o repugnante.


    Aunque no aceptado por unanimidad por la comunidad científica, los experimentos de Masaru Emoto nos hicieron reflexionar acerca del poder que tienen las palabras sobre la materia, en este caso, sobre el agua. Palabras con significados positivos dejaban una impronta armónica en las muestras de agua; por otro lado, palabras con connotaciones negativas, creaban figuras caóticas. Lo que nos lleva a pensar que, efectivamente, pensamientos cargados de palabras que evoquen emociones negativas, provocarán daños en nuestro organismo y en nuestro ser. Por el contrario, alimentarnos de palabras positivas, que, a su vez hagan crecer en nuestro interior sentimientos elevados, nos abrirán el camino a una vida más plena y feliz. Recordemos que nuestro cuerpo está compuesto, en su mayor parte, de agua. Nuestro cuerpo oye. Nuestro cuerpo es receptivo. Nuestro cuerpo obedece. Nuestro cuerpo vibra en armonía con nosotros mismos, con nuestros pensamientos, con nuestras emociones, con nuestras palabras. Por eso es tan importante cuidar lo que decimos y lo que nos decimos.

    Finalmente, tener presente que cada palabra es una semilla, una vibración, una armonía con magia propia, que, combinada con otras de sus naturaleza, podemos crear construcciones firmes y sólidas para nuestro propio carácter, para nuestros proyectos, para nuestro entorno, para contribuir a la creación de un mundo mejor. Cada palabra, escrita, desde una sencilla poesía, hasta una obra de sabiduría universal, nos guía con su propia melodía, a dejar trazos en el blanco lienzo del tiempo, así como en el cosmos infinito.

    Y tú, ¿qué opinas? ¿Cuál es tu palabra favorita? ¿con cuál te identificas, cuál te hace sentir fuerza, plenitud, entusiasmo, alegría, paz, armonía?

    Una vez más, gracias por descorrer este velo y asomarte a este mundo.